Misterio en el country: ¿quién mató a Felisa Morel?

Siempre me interesó indagar en el vínculo de la amistad; sobre todo entre mujeres, no solo porque es el que puedo experimentar sino porque lo presiento más intenso y con más matices que la amistad entre varones. Pero esto es solo una presunción y no es lo más importante de lo que voy a contar. En 2002 empecé a escribir una historia sobre dos íntimas amigas que se conocieron en la infancia y que, cerca de los 35 años, seguían considerándose hermanas, unidas por un destino del que desconocían todo salvo ese sentimiento que les impedía concebir la idea de separar sus vidas. También me atraía el tema del doble, el Doppelgänger, «el que camina al lado», la sombra; desde la eterna parábola de la lucha del bien y el mal, de los hermanos Caín y Abel, hasta el otro como espejo en la búsqueda de la propia identidad. Me interesaba plantearlo, modestamente, como Cortázar, en «El perseguidor», o Conrad, en El corazón de las tinieblas: alguien capaz de cruzar el límite de la cordura con tal de conocer lo inefable mientras el otro o la otra lo observan con asombro, admiración y espanto.

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Fuente original: Infobae

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