Los buenos libros abren discusiones, no las cierran. Esta obra de Zirulnik ofrece una ventaja adicional: durante su lectura, muchas veces levantamos la mirada, señal de que nos hace reflexionar, según decía Barthes. Por eso se trata de un texto filosófico en el sentido socrático, pues “una vida sin reflexión no merece ser vivida”. Este libro nos introduce en autores de la envergadura de Sontag, Foucault y Baudrillard con una claridad meridiana pero también con un sentido crítico propio de una mente como la de Zirulnik, que reflexiona sobre lo no dicho en lo ya dicho, sobre lo no escrito en lo ya escrito; en este sentido el autor es un hermeneuta. El diálogo imaginario con Hanna Arendt representa un hallazgo, pues imaginar es sumar nuevas imágenes, en este caso de una gran escritora que Zirulnik re-crea como defensora de los derechos humanos de pacientes con sida; más que como enfermos, como personas kantianamente consideradas. Esto es, que tienen dignidad y no precio, que son sujetos y no objetos, que son un fin en sí mismo y no un medio. Una lectura imprescindible para aquellos que consideran a un enfermo tal como lo definió Unamuno: “un ser humano de carne y hueso, que sufre, piensa, ama y sueña”. Positivistas, biologicistas y lombrosianos abstenerse. Borges decía que comentar un libro es un brindis. En este caso brindo para que vos, querido Jorge, nos sigas regalando libros que nos hagan reflexionar.
Paco Maglio