Las ruinas, los sobrevivientes, los muertos. El polvo apretado entre los cerros, las cumbres del Tontal, los días, las noches, el aroma a menta, a tomillo, a tierra reseca, las piedras calientes, el sol. La puerta rota que brilla al fondo del palier, la noche en el mejor restaurante kosher de Praga, la casa del médano detrás de la obra abandonada, el transatlántico de Amarcord navegando sobre la arena, las luces de neón del telo de Parque Patricios, las luces de neón de todos y cada uno de los telos de la ciudad. Y la novela, la otra, la que estaba guardada en un cajón del escritorio y no tenía final.
De manera deslumbrante, Mirar de lejos recrea los lugares, los momentos y las voces que rodean una historia personal llena de interrogantes: una novela inconclusa, existencias incompletas, memorias fragmentarias. Aquí se expresan, con gran inteligencia, las respuestas que surgen a lo largo de la intensa búsqueda de su protagonista, cuando las palabras que se han perdido resuenan y la propia vida cobra un sentido que estaba oculto u olvidado.